sábado, julio 15, 2006

"Mi papá fue camillero"




Creo que de lo poco que sé de mi padre, esto de que trabajó en Sewell de camillero, es lo que más me provoca sentimientos encontrados. Alguna vez mi mamá me dijo que era como una ambulancia humana, la única alternativa para los enfermos que necesitaban llegar al hospital de un campamento minero unido por escaleras. Sentí que su pega era vital, reconocida por el resto de la gente.

Me quedé imaginando a mi papá con la camilla en el hombro, como poniéndose para la foto. Estaba pegado, con una pequeña sonrisa en mi cara, hasta que mi mamá me dijo "Te imaginai Pato como sufría para el invierno... si tenía que cruzar por unos caminos estrechos con paredes de nieve de 3 metros, y subir y bajar mil peldaños de todas esas malditas escaleras !!".

(A propósito de que Sewell fue declarado Patrimonio de la Humanidad)

3 comentarios:

Manuel dijo...

Nopo, los "chinos" no son todos iguales. Hay una página en donde te hacen un test para ver si puedes distinguir entre japoneses chinos y coreanos: http://www.alllooksame.com .A mí no me fue muy bien, le achunté a 8 de 20 no más.

ps: que bkn lo que escribiste, que bkn la gente que se dedica a oficios como el de tu papá...y uno que se queja de trabajar frente a un computador.

Priscila dijo...

Que rico es recordar a la gente por sus cosas buenas... como tu mamá que recuerda los sacrificios de tu padre...
Seguiré cureosando en tu blog...

Saludos

Gatomauro dijo...

Yo nací allí y guardo recuerdos mágicos de Sewell. Era como un pueblito de juguete, como una gran escenografía para niños, con casas de colores, recovecos, escaleras, sol oculto tras las esquinas y luces que nunca se apagaban. Me subía a la cama del lado en mi dormitorio y abría una ventana de guillotina hacia arriba. Y allí en el borde de la ventana estaba acumulada la nieve que empujaba con las manos y veia caer a los pisos de abajo. Y estalacitas de hielo pendían del marco superior, y se veían las casas rojas, crema, azules y amarillas y el cielo azulísimo, y se sentía el aire frío de la cordillera y luego la voz de mamá que traía siempre un biberón con gollete celeste lleno de rica leche chocolatada calientita, pero no tanto; y mientras la bebía metido en la cama hojeando una revista de historietas pensaba en el largo día que tenía por delante, lleno de cosas por descubrir por que entonces la preocupación existencial de uno era a qué iba a jugar ese día.