... Yo no quiero ir a Madrid.
Prefiero morirme acá en Rancagua, porque me asusta París.
Es muy moderno.
Hay tantos rascacielos en Berlín. Tanta gente.
No, yo me quedo. Porque tengo un par de hijos que
quiero ver crecer.
Yo quiero pasear por las estrechas calles de mi humilde ciudad.
Las calles de Dublín me marean. Con su música estridente. Me paralizan.
Las personas no me conoce. No me saludan, en Madrid. Y eso que hablan como yo. Y no entienden mi angustia.
No. Yo me quedo en mi ciudad. Que otros se aventuren por mí. En Ginebra o en Roma, o en la desarrollada Berlín con sus fantasmas de la Guerra Fría.
Mejor respiro los aires de los valles centrales de Chile. No será que me encuentre con los mismos saqueos que casi destruyen París, la moderna, la que forma ghetos con los inmigrantes africanos. No, que me pueden confundir con un marroquí.
No, que me pueden decir que soy un maldito sudaca.
No, porque en Londres supe que murió un amigo por buscar al viejo Barret que le debía una canción. (O le debía una explicación?, la verdad, no recuerdo bien).
En fin. Mejor me quedo acá.
Tengo un hogar al cual llegar.
Mi mujer me espera.
Mis alumnos saben que en la mañana llegaré con una nueva lección.
Eh!, mejor que otros se vayan a Madrid o hasta donde quieran ir.
martes, marzo 27, 2007
viernes, marzo 02, 2007
Sentí nuevamente el frío del amanecer
Recordé, en una fracción de segundo, todas las mañanas en las que me he levantado temprano para ir al colegio. Las mañanas de mi época de estudiante y las de mi era de profesor. Se me vinieron imágenes de niño cuando empecé a preparme solo el desayuno antes de partir a la Escuela 80 e imágenes de joven universitario cuando bajaba de Caleta Abarca y enfilaba por la calle Álvarez derechito hasta el Pasaje Valle donde estaba imponente al fondo el Castillo de la Historia. Pero, sobre todo, se me vinieron a la cabeza esas mañanas frías -y a veces lluviosas- que me llevaron hasta las salas de Requínoa, Codegua, Machalí y Graneros. En un abrir y cerrar de ojo, como un torrente, ví todas las calles que he cruzado, las micros, los colectivos... Ví un montón de plazas,edificios por donde se filtraba el sol, como un niño jugando a las escondidas, ví los negocios en donde alguna vez más de algo compré para llevar a casa, ví casas y paisajes que se sonreían al verme pasar, así como diciéndome "buenos días".
Recordé también una mañana de viernes del año pasado. Estaba todo el suelo con agua porque había llovido varios días. Fue en un día de nuestros inviernos más torridos. Tuve que ir a dejar al Pascal a su escuela. Nos fuimos corriendo porque íbamos atrasados. Le dije que se portara bien y que pusiera atención. Nos dimos la mano, así con harta parafernalia como lo hacen los chicos más grandes, y me fui raudo a Graneros.
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