"... En un café/se vieron por casualidad/...
Existen momentos inolvidables que siempre tienen una canción asociada. Hay canciones que tienen la bendita magia de llevarte a mil situaciones vividas. Pedazos de la vida que, en mejores casos aún, tienen la dicha de ser todos buenos, mortales, increíbles, religiosos, especiales, o como quiera llamarse o imaginarse.
La cuestión es que ""11 y 6" de Fito Paéz me retrotrae a episodios que tienen hasta un carácter de "iniciáticos" en la formación de lo que hoy es mi personalidad:
- A los 13, o menos tal vez, la escuché en unos de esos "Sábados Gigantes" de toda la tarde, en vivo, haciendo la hora para salir a esas primeras fiestas que terminaban (para todos los que teníamos hasta 15 años) 15 minutos antes de medianoche por culpa del toque de queda del régimen militar
- A los 17, en un verano "revelador" en Viña del Mar, junto al mar, en la Av. Perú. Una premonición de los próximos 6 años que vendrían. Ese día estaba solo. Fue un recital caído del Olimpo. Creo que nunca antes de esa fecha me había sentido tan plenamente libre.
- A los 21, siendo estudiante, me calé a la Quinta Vergara. Andaba queriendo ser grande. Así como maduro de pensar. ¡¡Huevadas!! Después de ver al Fito (más hueco que nunca) me fui al Puerto a carretear hasta el otro día. Creo que fue ese el fin de semana en que decidí volver a Rancagua para cuando terminara de estudiar la Historia.
- A los 28 o 29, no sé, por ahí, con el Pascal recién nacido, morando una casa chica y bien humilde, viendo el Festival de Viña, comiéndonos y bebiéndonos algo con la Carola. Tal vez, celebrando un cumpleaños. Creo que veía a Fito y miraba a mi familia y pensaba "ahora sí que soy grande", "ahora sí que ha pasado el tiempo".
- A los 34, ahora mismo de mi existencia, justo en "18" pero comiendo pizza, con la Conny como ilustre invitada, con sus ricos vinos tinto, escuchando todas las canciones de mi carpeta. Salió la versión nueva del tema... me imaginé al Fito actual: ni tan chascón, mucho menos flaco y con más pinta de hombre... y pensé, con los ojos cerrados y echado en el sillón con la cabeza atrás, en mi propio crecimiento físico, en mi propia evolución espiritual... y derrepente, un ruido extrañamente hermoso me hizo volver toda mi atención: era la Flo, mi hijita de un año y tres meses que mecía su cuerpo diminuto, con el chupete en la boca, al suave ritmo de la misma canción.